Justificador de realidades 2.0

Historias que nunca serán primera plana, aunque lo merezcan.

Hechos que pasan desapercibidos por falta de patrocinio.

El contenido de las noticias que leerán aquí no seran escritas desde el punto de vista de “la mosca en la pared”.

Por el contrario, el abordaje siempre será el de “la mosca en la pomada”

Montevideo Étnico

lunes, 28 de julio de 2014

El origen del pie de trinchera.





¿Qué pensamientos pasarán por las mentes de nuestros padres cuando nacemos? ¿Serán todos los pensamientos iguales, o al menos dentro de los mismos parámetros? ¿Hay algo más que se mezcle entre las sensaciones defelicidad absoluta de quien concibe a una criatura? ¿Se le pasará por la cabeza a esa madre o ese padre de turno que esa masa minúscula, arrugada y llena de sangre que acaba de romper en su primer llanto pueda por ejemplo masacrar a un pueblo, convertirse en un asesino profesional, termine siendo un indigente o simplemente tenga lo necesario para desatar una catástrofe a nivel mundial?

¿Quién era Gavrilo Princip? ¿Qué habrán pensado sus progenitores en aquél día donde ese bebé nacía en algún rincón de un pequeño pueblo llamado Obljaj? ¿Habrán tenido una mínima intuición, una ínfima idea de lo que ocurriría veinte años después de aquella concepción?

Allá por los principios del SXX el orden mundial se basaba en nombres de naciones e imperios muy diferentes a los que conocemos hoy en día. Ya en los últimos años del siglo anterior, la Rusia zarista venía manteniendo una pulseada desgastante con los provenientes de la tierra del tigre y el dragón, los japoneses. La disputa original se basaba en la incapacidad del puerto de Vladivostok de operar durante el invierno, lo cual llevaría a Rusia a buscar puertos de agua caliente para su uso comercial y militar que desembocaría en la primera guerra entre ambas naciones, a finales del SXIX. Luego de ineficaces tratados y acuerdos, finalmente tuvo lugar la segunda guerra entre ambas naciones que arrojó como vencedor de varias batallas a los nipones, cosa extraña en el orden histórico, ya que una nación del lejano oriente se oponía a una gran potencia europea de la era moderna. A su vez arrojaba una mirada pesimista sobre una golpeada Rusia, con grandes asimetrías sociales, con una realeza que se derrumbaba paulatinamente ante un pueblo rural atrasado y hambriento.

Por otra parte, alianzas militares entre el imperio germánico (cuyas fronteras diferían de la actual Alemania) y el de Austria-Hungría concentraban un poderío importante en esa zona europea, mientras que el siempre firme imperio británico contaba con su propio respeto, aislado del continente pero con sus garras operando en distintas partes del mundo a través de su implacable flota. Los Estados Unidos de América por su parte, no eran más que un aglomerado de estados prometedores que venían levantando una nación con un gran futuro, pero no podríamos decir que se tratara aún de una potencia mundial. Pero volviendo al imperio austro-húngaro, por aquellos años se sabía que esta potencia tenía una piedra en el zapato, ante el crecimiento de un movimiento juvenil separatista conocido como Joven Bosnia que luchaba por la liberación de Bosnia y Herzegovina del dominio austro-húngaro y su integración a Serbia para la creación de un estado nacional yugo-eslavo. Muy confuso todo, como siempre que se trató de la identificación de etnias y nacionalidades que componen las diversas zonas de los Balcanes. Dentro de este movimiento había un joven llamado Gavrilo Princip, quien encontró en la organización llamada “Mano Negra” a los mecenas que le permitirían lograr su tan ansiado sueño: trascender y así lograr en su trascendencia el objetivo de su nación libre del sometimiento austro-húngaro. Un año antes del nacimiento de Gavrilo, los austro-húngaros le habían arrebatado el control de Bosnia a los turcos otomanos, quienes habían dominado gran parte de los Balcanes durante varias décadas. Para países como Bosnia, Austria-Hungría era como una prisión de naciones, un centro de tiranos en un Estado represor y anti democrático que pisoteaba la identidad de sus habitantes. Por aquellos años, un envejecido Francisco José, Emperador de Austria y Rey de Hungría, iba dejando su lugar al heredero de dos tronos: El archiduque Francisco Fernando, quien a diferencia que sus antecesores creía que la paz en los Balcanes era la mejor manera de asegurar el futuro del imperio. En vida, habría de defender siempre las ideas que llevaran a evitar la guerra, pero su muerte se convertiría en la mecha que encendería la Gran Guerra.

Fue así que en una visita Real a Sarajevo, la entonces capital de la provincia austro-húngara de Bosnia-Herzegovina, un confiado Archiduque Francisco Fernando se paseó con su esposa Sofía en un coche abierto, esperanzado en demostrar que Sarajevo no debía temer ni odiar a los austro-húngaros, con sus intenciones de lograr una convivencia en paz entre el imperio y su súbdito, con las reglas imperialistas por delante por supuesto. En aquél 28 de Junio de 1914, nuestro personaje Gavrilo también se encontraba en Sarajevo, armado y comandado por la Mano Negra para perpetuar un atentado contra el mandatario imperialista. Aquella mañana hubo muchos intentos fallidos de dispararle al heredero de la corona austro-húngara. Inesperadamente, una bomba fue lanzada por uno de los secuaces de Gavrilo. El atacante se tomó una píldora con cianuro y se tiró al río luego de haber arrojado la bomba, pero el archiduque se salvó, luego de tomar la bomba con sus propias manos y tirarla hacia otro lado, causando otros heridos. Suspendió entonces algunas reuniones oficiales y exigió ser llevado al hospital donde se encontraban los heridos. Supongo que no sabía él que tal acto de humanismo le saldría más caro de lo pensado.

Después de maniobras varias, el chofer del heredero se pierde. Mientras tanto, Gavrilo, abatido por el intento fallido de su grupo entra en un café, desesperanzado, avergonzado de haber perdido la tan ansiada oportunidad. Minutos después, por esas cosas del destino, cerca de un café ve cómo el coche imperial, extraviado, pasa por el callejón y se detiene ante él ¿Se habría imaginado la madre de Francisco Fernando al concebir a su hijo que muchos años después, éste sería víctima de una seguidilla de eventos desafortunados, allá por un pueblo bajo el dominio de su imperio?

Gavrilo Princip sacó su arma y disparó dos veces. Una bala le dio directamente a Francisco Fernando y la otra rebotó hiriendo a Sofía su esposa, la cual estaba embarazada. El tiempo se detuvo, ahí estaba aquél joven revolucionario, quien simplemente buscó un asesinato. Allí estaba la pareja imperial, con dos balas en su cuerpo, sin saber que menos de media hora después sus inertes cuerpos yacerían sin vida, dando comienzo a la batalla más cruenta y sanguinaria que la humanidad hubiese visto jamás hasta esos años.

Austria-Hungría le envió un ultimátum al Reino de Serbia, con una serie de condiciones denigrantes e inaceptables para el pueblo serbio. En paralelo, el mando imperial consultaba a sus aliados alemanes si los apoyarían ante una eventual guerra, ante lo cual el káiser alemán, lejos de imaginarse la catástrofe que se estaba por desatar respondió afirmativamente ante la pregunta de sus aliados. El káiser estaba tan convencido de que no habría guerra que una vez comunicada su decisión a los austro-húngaros se fue de vacaciones. Mientras los austro-húngaros encontraban la excusa perfecta para aplastar de una vez por todas a los serbios, las alianzas forjadas años antes entre las diferentes naciones irían armando el panorama perfecto para el desenlace de una guerra sin precedentes, cuyo comienzo se puede decir que fue prácticamente accidental. De hecho se podría afirmar que La primera guerra mundial comenzó casi por accidente, y culminó de manera similar.

Mientras los austro-húngaros tenían su pacto con el imperio alemán y los italianos, otras alianzas como la de Rusia y Francia componían otro bloque temerario. Si Serbia era invadida por los austro-húngaros, los rusos verían afectados sus intereses, por lo que al enviar los austro-húngaros el ultimátum a Serbia, la Rusia zarista comenzó a mover sus tropas hacia la frontera. Por su parte, los alemanes, miembros de la alianza central vieron amenazadas sus propias fronteras ante el movimiento de tropas rusas, por lo que sin saber cómo se vieron de repente directamente involucrados, movilizando así sus tropas. Ante la posibilidad de ir a la guerra con Rusia, los alemanes debían tomar otras medidas ya que de darse dicho enfrentamiento en su borde oriental, también debían combatir a los aliados de los rusos, o sea los franceses en su frente occidental. Sabiendo que Rusia aún no estaba preparada del todo para una guerra de semejante magnitud, los alemanes no tenían dudas que de desatarse una guerra, debería ser lo antes posible, ya que una dilatación de las tensas negociaciones podrían darle tiempo al imperio vecino para prepararse mejor. Fue así que se recurrió al famoso Plan Schlieffen, ideado años atrás. Las piezas de ajedrez se movían de un lado y otro, pero aún nadie atacaba. Los alemanes se disponían a prepararse para atacar Bélgica, para así sorprender a los franceses y luego pasar sus fuerzas del lado oriental contra los rusos. Los rusos a su vez preparaban sus propias tropas dando lugar al descontento de una nación ruralmente atrasada, con hambre y miseria que desembocaría en su propia revolución interna años más tarde. Los británicos por otra parte se preparaban a su manera. De repente, todas las potencias estaban en posición de ataque, a la merced de un movimiento fallido de los austro-húngaros, esperando la primera detonación que desencadenara lo inevitable. 

El ministro británico Edward Grey ya presagiaba con su lectura entre líneas que la situación se podía volver más delicada que lo que pensaban sus homónimos europeos al declarar que “A partir del momento en que el conflicto deje de ser entre Austria-Hungría y Serbia y afecte a otra gran potencia, la situación culminará en la mayor catástrofe vivida hasta la fecha en el continente europeo”.

Finalmente, el 28 de Julio de 1914, un mes después de los disparos de Gavrilo, los austro-húngaros invadieron el Reino de Serbia, y como país agresor dieron lugar al movimiento paulatino de fichas de todas las alianzas. El 29 de Julio, aún la guerra seguía siendo entre el imperio austro-húngaro y Serbia, mientras que un último intento se daba para que así siguiera siendo, mediante un telegrama que iba del Zar de Rusia al Káiser alemán, de primo a primo, pero para ese entonces la crisis ya se escapaba de las manos de los políticos y monarcas para pasar a estar bajo el control de los diversos ejércitos. Y todos sabemos el peligro que ello implica. Rusia tenía que defender Serbia, y los alemanes debían hacer lo mismo con Austro-Hungría. Pero entonces también Francia e Inglaterra debían ayudar a sus aliados y así, de manera casi absurda se desató la guerra, involucrando más tarde al imperio Otomano que formó parte de la alianza central entre otras naciones. Una vez que la rueda empezó a girar, ya no se podía parar. En medio de estos conflictos se desarmaron imperios, surgieron otros, se originaron guerras posteriores como la de los Balcanes, tuvo lugar el genocidio armenio de parte de los turcos, y así, paso a paso una serie de atrocidades fueron formando los bastidores del siglo XX y nos pusieron en la categoría en el que debemos estar: Hombres.

El ataque austro-húngaro a Serbia implicó una dureza extrema del ejército contra los civiles serbios, con represalias realmente atroces, incluyendo matanzas sistemáticas de mujeres y niños, lo cual indicaba que esta no era una guerra contra ejércitos enemigos sino contra pueblos enemigos, se trató de una guerra de nacionalidades, de razas. Y sin embargo los desencadenantes fueron tan absurdos que ni los soldados ni los altos mandos de los diversos ejércitos tenían muy claras las razones por las que estaban yendo a la guerra. No tenían listas con objetivos de guerra. Mientras que Alemania, Francia, Rusia, Austria y Serbia estaban convencidas de la eterna y siempre presente excusa de que se encontraban en una guerra defensiva, miles, decenas de miles, millones de almas pasarían a formar parte de los fríos números que pasan a ser una simple estadística. En este caso se trataba de una guerra a la que se habían visto empujadas por otros, sin imaginar que tal conflicto duraría mucho más que lo previsto. La única gran potencia que aún seguía al margen era Gran Bretaña, pues esta nación nada tenía que ver con Serbia, mucho menos con la alianza franco rusa, pero detrás de bastidores sus gobernantes sabían que tarde o temprano tendrían que luchar, por la protección de su vasto imperio, su comercio internacional. En África y en Asia la seguridad de las colonias británicas dependía en gran medida de la buena voluntad de Francia y Rusia, así que el 4 de Agosto Inglaterra le declaró la guerra a Alemania.

Finalmente, luego de más de cuatro años de matanzas sin sentido, aniquilación de identidades, vidas, patrias y patrimonios, una potencia escondida surgiría para desequilibrar los eternos tiempos de batallas que no daban un bando vencedor. Con la entrada de Estados Unidos a la guerra el equilibrio se rompió.

Lo curioso de todo esto, fue que no solo las razones del conflicto no eran claras en un inicio, sino que ya por el año 1918, en una de las reuniones organizadas por el presidente Wilson que se llevaron a cabo entre las naciones en conflicto, para lograr resolver las divergencias entre estas, se le preguntó a cada nación que declarara su motivo de participación, para sí lograr discernir los interés propios de cada bando de forma de llegar a un acuerdo final. Se dice que inesperadamente ningún país pudo decir exactamente por qué estaba en guerra, ninguno estaba en grado de proponer sus intereses, sus motivos y mucho menos las exigencias para poner fin a un combate que surgió prácticamente por una sucesión de episodios inesperados. Sin ser el imperio austro-húngaro, ninguna de las otras naciones involucradas había ido a la guerra por un interés o conflicto propio. Todo había sido el resultado de una serie de pactos y movimientos indirectos que habían llevado al mundo a su mayor acción bélica. Sin saber cómo, países como Bulgaria, Marruecos, Australia, Canadá, Sudáfrica, Bélgica, Japón, Grecia, Portugal y Rumania entre otros participaron de la absurda masacre que se originó por dos disparos de un independentista serbio, allá por el 28 de Junio de 1914, como incluyó magníficamente un soldado ruso en una carta a su familia mientras marchaba hacia las líneas enemigas: “No entendemos por qué estamos aquí, pasando hambre y frío, yendo a matar a otros pueblos, simplemente por el enojo de unos serbios con los que no tenemos nada que ver”.

Hace exactamente cien años, un 28 de Julio de 1914, en un increíble efecto dominó, una serie de irresponsables actos llevó al mundo a la matanza más grande hasta esos días. Tuvo lugar la guerra de trincheras, la miseria invadió barrios, pueblos, ciudades y países enteros. Los soldados sufrieron lo insufrible en las trincheras de un lado u otro, descubrieron lo que era el “pie de trinchera”. El siglo comenzó con un ejemplo más de cómo la estupidez humana condenó, condena y condenará por siempre la vida de todos los hombres que alguna vez hayan pisado este mundo. Casi sin saber cómo ni porqué comenzó allá por 1914 la Primera Guerra Mundial, denominación posterior que se le dio a lo que en su momento fue “La Gran Guerra”. Las invisibles líneas que definen las fronteras de las naciones sufrieron metamorfosis varias, mutaron, se corrieron, desaparecieron, se expandieron y comenzaron a moldear los rencores y odios que muy poco tiempo después desatarían otra gran catástrofe. Hoy, a cien años, y ya con una segunda guerra en la carpeta, seguimos sin aprender, caemos en los mismos errores y seguimos justificando lo injustificable, matándonos unos a otros, cada uno defendiendo su postura con sus argumentos, sin darnos cuenta que sean cuales sean estos, son tan absurdos como los que llevaron a más de 9 millones de personas a la muerte y arruinaron la vida de otras decenas de millones por la incompetencia y estupidez de sus gobernantes, cien años atrás. Casi sin querer todo aquello ocurrió. Pero no fue suficiente, pues apenas dos décadas después se originó la segunda gran guerra mundial y mientras tanto, y después también distintas guerras tuvieron y tienen lugar en distintos rincones del planeta.

¿Se imaginaría la madre de aquél bebé llamado Gavrilo que al terminar la guerra, en Yugoslavia, su hijo sería considerado un héroe nacional, y que sería objeto de honras? Sus restos fueron trasladados al cementerio ortodoxo de San Miguel en Sarajevo junto con el de sus compañeros en 1919. En el lugar, actualmente hay una capilla en honor a él y a los demás jóvenes de la Joven Bosnia que participaron en el atentado de Sarajevo.

¿Se imaginaría esa madre que su hijo, Gavrilo Princip, sería descrito en la historiografía serbia como un héroe nacional y que una calle de Belgrado llevaría su nombre mientras que en la historiografía austriaca y principalmente en la anglo-estadounidense, se lo recordaría como un terrorista que causó uno de los conflictos bélicos más terribles de la historia, dejando en la ruina a naciones como Alemania, derrumbando a otro gigante como el imperio de Austro-Hungría, simplemente con dos disparos?

Él declaró sus argumentos durante su propio juicio: “Soy un yugoeslavo nacionalista y lucho por la unificación de todos los yugoeslavos bajo la forma de gobierno que fuere y para que se liberen de Austria.”

A mí, me siguen retumbando los versos de Ricardo Iorio:
“aunque en virtudes abunde
y se juzgue inobjetable.
Cuando el humano se hunde,
siempre busca un responsable.

La hipocresía propasa
todo ejemplo en esta Tierra,
al asesinato en masa
los hombres lo llaman guerra.”



Ali.